Edwin Rodríguez ("Blog" El Dirigente) |
Ya casi terminando la cuarta semana de la temporada de Grandes Ligas, hemos disfrutado de una buena arrancada como equipo.
Apoyados en nuestro cuerpo monticular, en los primeros 23 juegos tenemos récord de 15 ganados y ocho perdidos.
De esas 15 victorias, diez han sido viniendo de atrás. Esto demuestra lo que hemos venido pregonando desde los campos de entrenamiento, la importancia de dominar los fundamentos básicos para poder ganar los juegos cerrados.
En cada uno de esos juegos podría señalar por lo menos una jugada de rutina que se hizo o se dejó de hacer y fue clave en el desenlace final del juego.
Otro elemento que sobresale en el equipo es lo que mi amigo Mako Oliveras reconoce como la sexta herramienta: la mente. Las primeras cinco son cualidades físicas como la velocidad, bateo, poder, defensiva y fortaleza del brazo. La fortaleza mental de un atleta y, en este caso, de un pelotero de Grandes Ligas, es tan o más importante que las habilidades físicas. Tomando en cuenta que en el béisbol profesional se juega casi todos los días por espacio de siete meses -contando los campos de entrenamiento-, el temple y determinación del individuo de poder mantener la energía durante el juego es bien difícil.
Bajo estas exigencias, unas habilidades físicas promedio con una fortaleza mental sobresaliente son suficientes para que un pelotero pueda llegar a jugar en las Mayores. Lo opuesto también es cierto. Los peloteros con sobresalientes cualidades físicas, pero que son débiles de mente y/o carácter, no aguantan el empuje diario de una temporada completa.
En mi opinión, ésta es una de las razones principales para la merma de jugadores puertorriqueños en Grandes Ligas. La gran mayoría de nuestros jóvenes carecen de la preparación técnica, física y/o mental para someterse a las largas temporadas del béisbol profesional.
Contrario a nuestros hermanos dominicanos que desde temprana edad juegan o practican el béisbol siete días a la semana, los nuestros apenas juegan dos juegos semanales y con suerte se reúnen a practicar una vez cuando hay parques disponibles.
Fundamento esta observación en los años de experiencia que llevo trabajando con jugadores profesionales de diferentes nacionalidades, incluyendo a los puertorriqueños.
Lejos de menospreciar nuestro talento, quiero llevar una voz de alerta a todos esos jóvenes con aspiraciones a llegar a ser un día jugadores de Grandes Ligas. Esta crítica constructiva la quiero llevar por igual a los entrenadores, padres y organizaciones deportivas. Presten atención a fortalecer el carácter y la fortaleza mental de nuestra juventud y no se limiten al aspecto técnico del juego.
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